Desde el Palacio de Festivales, la bahía de Santander. Tras el telón, más de mil personas por sesión nos acompañaban para disfrutar con las ocurrencias de Carlo, de sus niños de catequesis, de su encuentro con Jesús.
Cruzar España hasta el Cantábrico no es fácil, pero hemos vuelto a casa con la felicidad de haber contagiado de amor por Carlo y por Jesús a muchos. Compartiendo su hogar, su seminario, la Delegación de Pastoral con Jóvenes, con Alberto a la cabeza, nos ha mimado y nos ha acompañado con una sonrisa sincera. Don Arturo Ros, obispo de Santander, nos animó a mantenernos en la brecha (habría que buscarle un papel a don Arturo en este musical…).
El imponente Palacio de Festivales aplaudió a Carlo y nuestros corazones se sincronizaron con cada aplauso. De nuestro corazón al cielo, a Carlo y a Dios, llenos de gratitud. Hay más alegría en dar que en recibir pero, sin buscarlo, recibimos mucho más de lo que damos.
Porque Jesús, al prometer el ciento por uno en esta vida, no exageraba. Porque el don lleva a la sobreabundancia, y ser Iglesia es participar de esa lógica de la generosidad de Dios.
Don Arturo, en su homilía del domingo, nos animaba a vivir lo que cantamos: que la mirada de Jesús nos enseñe a mirarnos. Una vida que mira más allá de lo inmediato, de lo finito (como diría Carlo). Gracias por recordarnos que Jesús es quien sí nos llena. Gracias por sus diocesanos, que lo quieren, y por sus seminaristas, que nos sirvieron al estilo evangelio, y por acogernos en nuestra iglesia (que cambia de lugares, pero siempre es la misma y es nuestra, en primera persona).
¿Llenazo? Sí, de butacas y de corazones. De ganas de cantar a Carlo y su amor por la Eucaristía y por los que viven en los márgenes de nuestra sociedad, pero no en los márgenes del corazón de Jesús.
¡Volveríamos a cruzar España hasta el Cantábrico para encontrarnos de nuevo con Carlo y con vosotros!











